dilluns, 5 de gener del 2009

DONNA KARAN ABANDONA LA MODA D'USAR PELL ANIMAL

Donna Karan, objetiu d'una de les campanyes de PETA, ha anunciat que per la tardor de 2009, totes les col·leccions seràn lliures de pell animal i que no té previst l'ús de pells en el futur.

Les contínues protestes dels activistes i la intensiva campanya realitzada per internet ha produit que la dissenyadora veiès en perill el seu negoci i dedidís cedir davant les pressions animalistes. PETA està demanant als seus activistes que posin fre a la campanya de protesta "Donna Karan: Bunny Butcher (carnicera de conills)" i que centrin les seves protestes en Armani i d'altres objectius.

PETA ha declarat que seguira amb especial atenció que Donna Karan compleixi el que s'ha compromès.


ANIMALES Y EL CÍRCULO DE LA MORAL

Article escrit per Marta Tafalla (Dep. Filosofia UAB) per a kaos en la red:

I

En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía. Si lográramos comprender bien este problema, y solucionarlo, muchas de las injusticias que tienen lugar en nuestro mundo desaparecerían.

El problema filosófico al que me refiero es el siguiente. Desde que el homo sapiens sapiens existe en este planeta, en todas las épocas y en todas las culturas se da una clase de personas, afortunadamente pocas, cuyo comportamiento hacia los demás está dirigido exclusivamente por el más puro egoísmo; personas que consideran a todos los seres humanos y a todos los seres vivos meros instrumentos a su servicio, a los que usan y de los que abusan a su antojo, a los que dominan, explotan, maltratan y destruyen. Son personas capaces de hacer daño a cualquiera que se cruce en su camino, ya sea para conseguir sus objetivos o por simple placer, sin que después los perturbe el menor remordimiento. Tales sujetos son a veces criminales, mercenarios en algún ejército, pero también pueden ser nuestros vecinos, gente de apariencia normal, de la calle, que son sistemáticamente malos amigos, padres tiránicos, pésimos compañeros de trabajo.

Existe otra clase de personas, también escasa, que tiene el comportamiento contrario: intentan ser justas, o incluso más aún, intentan ser buenas y generosas con todo aquél que se encuentran a lo largo de su vida. Se esfuerzan por ser buenos padres o madres de familia, fieles amigos, compañeros en los que confiar, vecinos amables, ciudadanos responsables, ecologistas convencidos, rescatadores de animales abandonados. Son personas que se alegran con las alegrías de los demás y a las que entristecen los problemas ajenos, para los que siempre están dispuestos a ayudar en la búsqueda de una solución.

Estas dos clases de personas, ambas minoritarias, se sitúan en los dos extremos del espectro. Entre estas dos clases nos encontramos todos los demás, la mayoría de nosotros, la inmensa mayoría de los homo sapiens sapiens que se vienen sucediendo en este planeta desde hace ciento cincuenta mil años.

Lo que nos define moralmente a esta amplia mayoría, es que tenemos un comportamiento contradictorio, paradójico: con algunas personas y a menudo también con algunos animales somos justos y buenos, nos preocupamos por ellos, los protegemos, los cuidamos si están enfermos, mantenemos las promesas que les hemos hecho, pero en cambio, al mismo tiempo, y sin que nuestra identidad se desmorone o nuestra racionalidad se derrumbe ante tamaña contradicción, podemos ser injustos, crueles, viles y despiadados con el resto de seres que pueblan el planeta. Podemos comprar para nuestros hijos juguetes fabricados por niños en condiciones de esclavitud, podemos comprar productos de belleza que han costado el sufrimiento y la muerte a miles de animales, desentendernos de la más que probable extinción de 15.000 especies o despreciar a un África que día tras día se hunde un poco más en el abismo del olvido. Y ser a la vez el doctor Jekyll y Mister Hide en nuestra vida cotidiana ni nos quita el sueño por las noches ni nos hace pensar siquiera que tenemos un grave problema.

Y éste es el problema filosófico que quiero plantearles hoy aquí: ¿cómo puede una misma persona cuidar de sus hijos con toda dedicación, conmoverse por el sufrimiento de un amigo, donar parte de su sueldo a médicos sin fronteras, y a la vez, tolerar el dolor más atroz de otros, o incluso despreciar a esos otros que sufren, o incluso alegrarse por ello?

Esa contradicción se da en una variedad infinita de formas y grados, y encontraríamos los ejemplos más diversos. Cada persona tiene su círculo moral: los que pertenecen a él son los suyos, aquellos que le preocupan y a los que está dispuesto a cuidar. Los que se encuentran fuera de ese círculo, en cambio, no merecen la menor atención, o aún peor, son tan despreciables que se merecen ser explotados, esclavizados y destruidos. Esos círculos pueden ser de muchos tipos y de muchos tamaños, y cada cual tiene sus criterios para decidir quién está dentro y quién fuera. Para muchas personas pertenecen a su círculo los miembros de su nación o su raza, y el inmenso resto de la humanidad no tiene la menor oportunidad de entrar. En la Alemania nazi, un ciudadano alemán podía ser un buen padre de familia, excelente vecino, y trabajar en un campo de concentración maltratando sistemáticamente a los prisioneros. En nuestra sociedad actual, un médico puede dedicar seis días a la semana a salvar vidas de pacientes cuya suerte le conmueve, puede ser pacifista y progresista, un marido sincero y un padre comprensivo, incluso encariñarse con los perros de sus hijos, y al mismo tiempo, cada mañana de domingo, coger la escopeta con sus amigos y salir a cazar.

Existen infinitos casos y pueden ser muy distintos, pero la contradicción es la misma en todos ellos. ¿Cómo es posible ser a la vez justo e injusto? ¿Cómo es posible ser por la mañana un amigo comprensivo y a las cinco de la tarde convertirse en un torturador de toros? ¿Por qué nos afecta el sufrimiento de algunos seres hasta rompernos el corazón, y en cambio el dolor de otros nos deja fríos, lo olvidamos al instante, o incluso disfrutamos con él? ¿No es como si nuestra capacidad moral sufriera una terrible esquizofrenia? Tenemos un abismo en nuestro interior que separa lo mejor y lo peor de nosotros, y en cada uno de nuestros días somos capaces de saltar alegremente de uno a otro lado sin percibir la profundidad de nuestro vacío.

Este es el gran problema de la filosofía moral. Las personas que aceptan el maltrato de animales en la industria de alimentación, en la experimentación o en las fiestas populares, o las personas que lo practican ellas mismas o que disfrutan con ello, no son seres malvados de los pies a la cabeza. Saben lo que es la justicia, la bondad y la responsabilidad, y las practican con otros. Pero no son capaces de incluir a esos animales en su círculo moral. Igual que los racistas o los sexistas no incluyen a algunas personas.

Esto también nos permite ver algo importante. La cuestión moral de la protección de los animales no es una cuestión secundaria, marginal para la filosofía o para la sociedad. Sino que los problemas filosóficos que implica son los mismos de la filosofía moral en general. Que maltratemos a animales se parece mucho a que maltratemos humanos. La razón de que lo hagamos es exactamente la misma.

Los filósofos han desarrollado teorías muy complejas para resolver el problema del círculo moral, pero no les voy a hablar de ninguno de ellos, porque creo que la mejor explicación de este fenómeno no la dio un filósofo, sino un naturalista: Charles Darwin.

II

No sé si han leído a Darwin. No suele formar parte de los planes de estudio de ninguna asignatura, ni en la educación secundaria ni en la universitaria. La comunidad científica considera correcta su teoría de la evolución y continúa trabajando en ella; toda persona culta sabe que las especies no fueron creadas tal como hoy las conocemos, sino que son el resultado de un proceso evolutivo; sabe que todas las especies están emparentadas y comparten un mismo origen, y que eso incluye nuestra propia especie. Pero la mayoría jamás ha leído los textos de Darwin ni sabe con exactitud qué es lo que dicen. Y esa ignorancia resulta sorprendente, dado que Darwin fue el primer científico capaz de responder a la pregunta ¿de dónde venimos? Parece que ese sería un motivo para que la obra de Darwin encabezara todas las listas de lecturas, y sin embargo no es así. Probablemente, la gente no tiene el menor interés en saber de dónde venimos, o prefiere positivamente no saberlo.

Y si la mayoría de personas desconocen la teoría científica de Darwin, menos saben aún que, una vez Darwin hubo formulado esa teoría científica, publicada en el libro El origen de las especies el año 1859, se ocupó de pensar las implicaciones morales de su descubrimiento y de formular una filosofía moral. Darwin dedicó mucho tiempo a leer a los grandes filósofos morales, sobre todo a Hume y a Kant, y a formular su propia teoría moral. La publicó en 1871 en un libro que lleva por título El origen del hombre, y que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas.

Es en ese libro donde Darwin propuso la expresión que yo he venido usando hasta ahora del círculo de la moral, y donde nos ofreció una explicación de por qué nuestras actitudes morales están encerradas en un círculo, y se basan en a quién incluimos y a quién excluimos. La explicación de Darwin, sintetizada, es la siguiente. La moral no es algo eterno, existente por sí mismo, que ya existiera en este planeta antes de la llegada de los seres humanos. La moral tal como nosotros la entendemos, la bondad, la justicia, todo eso nació con la especie humana, es un producto evolutivo, se desarrolló como se desarrollaron nuestras manos, nuestra posición erguida, la inteligencia o el lenguaje. Se desarrolló como una estrategia de supervivencia, una forma de vivir y de convivir mejor.

La moral humana se desarrolló cuando el ser humano todavía estaba emergiendo de la animalidad y convirtiéndose en lo que hoy es. Nació a la vez que se desarrollaba la inteligencia, el lenguaje, se aprendía a hacer instrumentos de caza, se decoraban las cuevas con pinturas o se enterraba a los muertos. Fue entonces cuando el ser humano comenzó a desarrollar las nociones de justicia, responsabilidad, los sentimientos morales como la culpa y el perdón, la simpatía o la compasión. Fue entonces cuando el ser humano aprendió a ser altruista, a compartir la comida, a ayudar a los demás, a cuidar de los enfermos, adoptar niños huérfanos.

Pero en aquel momento en que nació la moral humana, los seres humanos vivían en tribus, en grupos familiares de entre 15 y 30 personas que compartían un mismo hogar, la actividad de la caza y la recolección, y el cuidado de los hijos. Esas personas se ayudaban en todo porque eso hacía su vida más segura, más confortable y más placentera. Cada miembro de la tribu daría su vida por los demás, cuidaba de ellos, les era fiel. En esa tribu entraba su familia, quizás también parientes lejanos, a veces otros humanos con los que no tenía vínculos de sangre pero con los que había creado una relación de amistad. E incluso algunos animales de compañía, perros, o algún otro animal adoptado de cachorro. Pero su moral se acababa con los límites de la tribu, tenía el mismo tamaño que su tribu. Quienes no formaban parte del grupo, del círculo, podían ser maltratados, torturados, esclavizados, sin que ello causara el menor remordimiento.

Dentro del círculo se tejen fuertes lazos de responsabilidad moral. Cada cual se siente responsable de los otros, sabe que debe ayudarles si le necesitan. Sabe que tiene deberes hacia ellos, y que también tiene derechos frente a ellos. Firmes lazos de reciprocidad, de respeto mutuo, crean lo que llamamos una comunidad moral. De ese tejido se alimentan luego las normas de convivencia, las leyes, la institución judicial. Naturalmente, un día uno puede mentir o robar a un miembro de la tribu, pero eso suele despertar remordimientos, sentimientos de culpa y deseos de reconciliación. En cambio, los seres que existen fuera del círculo no nos despiertan el menor sentimiento moral; no son seres frente a los que tengamos responsabilidades, sino sólo instrumentos que usar, esclavos que explotar.

Eso era así para nuestros antepasados cazadores-recolectores, y los antropólogos han podido comprobar que sigue siendo así en las culturas de cazadores-recolectores que todavía sobreviven en algunos rincones del planeta. El origen de nuestra moral es tribal, y el problema es que cada uno de nosotros sigue pensando la moral en términos tribales. Seguimos pensando en términos de los nuestros y los otros, los que incluimos y los que excluimos.

Así pues, esa esquizofrenia moral en la que viven la mayoría de los seres humanos tendría una explicación natural, biológica. Pero que sea natural no quiere decir que sea insuperable. Al contrario, que conozcamos las raíces de nuestro problema nos ayudará a vencerlo. Darwin era optimista y creía que existía la posibilidad de un progreso moral, que las personas eran capaces de ampliar voluntariamente su círculo moral. Y creía que, de hecho, a lo largo de la historia de la humanidad se había producido un cierto progreso. Con la sucesión de las generaciones, muchos de esos círculos morales se habían ido ampliando más allá de la tribu para acoger a muchos más seres. Se trata de un progreso lento y difícil, pero Darwin creía ver que existía. Nuestra capacidad para la reflexión, la educación, el cultivo de los sentimientos morales, el viajar, conocer a personas de otras culturas, irían convenciendo a las personas, en cada generación, de ampliar un poco más su círculo moral.

En la historia de la humanidad, poco a poco, los límites del círculo se extendieron más allá de la tribu para abrazar a una ciudad de miles de habitantes, a una nación con millones de miembros, o incluso a toda una raza, con miles de millones de personas dispersas en países distintos. En ese proceso de ampliación, ha habido límites muy difíciles de superar. La raza es uno de ellos. El sexo es otro. Hay un momento significativo en la historia de la humanidad: cuando en el siglo XVIII los colonos europeos fundaron los Estados Unidos de América, fueron los primeros en incluir una declaración de derechos humanos en la fundación de un Estado. Esos padres fundadores eran intelectuales y políticos progresistas y tolerantes. Pero los derechos que se concedieron eran sólo para los varones blancos de origen europeo y cierta posición social. Los pobladores nativos de América eran tratados como animales y se les regalaban mantas infectadas de viruela para que murieran. Los negros eran objeto de comercio y esclavos en las casas de los blancos. Las mujeres mera propiedad de sus maridos. Los animales salvajes, cazados y exterminados. Las grandes riquezas naturales de Norteamérica, preservadas durante milenios por sus pobladores originales, comenzaron a ser destruidas.

Sin embargo, un siglo después, Darwin era optimista. Muchas personas defendían ya la abolición de la esclavitud, algunas activistas por los derechos de las mujeres comenzaban a ser escuchadas, e incluso nacía una cierta conciencia ecológica. Darwin confiaba en que pronto toda la humanidad quedaría abrazada por un solo círculo moral que nos uniría a todos, de forma que cualquier ciudadano de cualquier país del mundo, fuera de la raza, la nación o la religión que fuera, se sentiría afectado si cualquier otra persona era tratada de forma injusta o sufría una gran desgracia.

La esperanza de Darwin pareció realizarse cuando el año 1948 la ONU promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Muchas personas viven hoy creyendo firmemente en esa universalidad. Aunque basta con mirar un telediario para comprender que en la práctica esos derechos no se respetan, al menos, podemos hablar de universalidad, y tenemos instrumentos para exigir el respeto de esos derechos.

Darwin creía que, en un futuro próximo, el círculo uniría a toda la humanidad, y que una vez eso se hubiera conseguido, el progreso no se acabaría ahí. Sino que se ampliaría una vez más para acoger a todos los animales. Hasta que no quedara fuera ningún ser capaz de sentir dolor.

“A medida que el hombre avanza por la senda de la civilización, y que las tribus pequeñas se reúnen para formar comunidades más numerosas, la simple razón dicta a cada individuo que debe hacer extensivos sus instintos sociales y su simpatía a todos los que componen la misma nación, aunque personalmente no le sean conocidos. Una vez que se llegue a este punto, existe ya sólo una barrera artificial que impida a su simpatía extenderse a todos los hombres de todas las naciones y de todas las razas. La experiencia viene a demostrarnos, desgraciadamente, cuán largo tiempo transcurrió antes de que miráramos como semejantes a los hombres que difieren considerablemente de nosotros por su aspecto exterior y por sus hábitos. Una de las últimas adquisiciones morales parece ser la simpatía, extendiéndose más allá de los límites de la humanidad. (...) Esta virtud, que es una de las más nobles que el hombre posee, parece tener su origen incidental en que nuestras simpatías, al hacerse más delicadas y extenderse por mayor esfera, alcanzan, por último, a todos los seres sensibles; pues una vez esta virtud es honrada y practicada por algunos pocos individuos, se esparce por la instrucción, por ejemplo, a los jóvenes, y concluye por formar parte de la opinión pública.”1

Cada vez que ese círculo se amplía para vencer un obstáculo, se producen las mismas reacciones de quienes están en contra de esa ampliación. El racista que se niega a que las personas de color tengan los mismos derechos reacciona de la misma forma que el machista que no quiere que las mujeres puedan acceder al mismo puesto de trabajo. No quiere ser igualado al otro, al negro, al gitano, a la mujer. Lo que le sucede es que siempre se ha sentido superior al otro, siempre ha sentido que estaba legitimado a maltratar, usar, despreciar, al otro, y no puede soportar ser igualado. Teme perder un privilegio: el de su supuesta superioridad para despreciar y maltratar.

“No nos gusta considerar nuestros iguales a los animales que hemos convertido en nuestros esclavos.”2

Quieren un círculo lo más estrecho y reducido posible, como si la moral fuera un club privado para varones blancos europeos ricos, que entre sí se tratan con educación y esmero, mientras fuman puros en elegantes salones, pero que cuando regresan a casa por la noche pegan a sus hijos, desprecian a sus esposas, violan a la criada, y le pegan una patada al perro. Quieren ser los únicos con derechos, y poder así dominar a todos los demás. Por tanto, buscan a la desesperada razones contra esa ampliación del círculo. Se dice que el indígena no es más que un animal, que las mujeres no tienen la misma inteligencia que los hombres, que los animales no tienen alma… se trata siempre de buscar una razón que permita justificar la superioridad de unos sobre otros, el dominio de unos sobre otros.

III

¿Cómo podemos ampliar ese círculo?

En primer lugar, tenemos buenas razones: sabemos que los animales sufren física y psíquicamente, y por ello deberíamos evitar causarles dolor. También sabemos que ser crueles con los animales nos entrena en la crueldad y a la larga nos hace crueles con los humanos, como defendían Tomás de Aquino o Kant. Pero las razones, aún cuando las comprendamos, no siempre nos conmueven, no necesariamente nos llevan a actuar de acuerdo con ellas.

En segundo lugar, tenemos sentimientos morales: la simpatía hacia los otros, en la que se basa la optimista y vital filosofía moral de Hume, o la compasión, en la que se fundamenta la filosofía mucho más pesimista de Schopenhauer. Pero no todo el mundo posee en el mismo grado esos sentimientos, y cuando no surgen de forma natural necesitan ser educados y cultivados desde la infancia, lo que no resulta fácil.

La filosofía lleva siglos intentando cultivar ambos caminos, dando buenas razones y tratando de educar los sentimientos morales. Pero el problema de la filosofía es que no suele llegar a muchas personas; su lenguaje es abstracto, difícil. A la mayoría de las personas les preocupan los problemas filosóficos y hacen reflexiones filosóficas en muchos momentos de su vida. Pero les resulta difícil acercarse a los profesionales de la filosofía, que suelen manejar un lenguaje tan técnico como el de los médicos o los abogados.

Ese es el dilema al que se enfrentó un buen día la filósofa Martha Nussbaum. Nussbaum es una excelente filósofa estadounidense, de origen judío, mundialmente conocida por sus libros sobre filosofía moral, el desarrollo en el tercer mundo, o por sus colaboraciones con el economista Amartya Sen. Nussbaum fue contratada hace unos años por la facultad de derecho de la Universidad de Chicago con el encargo de que diera clases a sus estudiantes, es decir, a los futuros abogados, fiscales, jueces, políticos, legisladores, y les ayudara a desarrollar razones y sentimientos morales que les hicieran ser más justos y sensibles en su trabajo. Esa es una gran oportunidad para un filósofo, poder formar a las futuras generaciones que van a tener poder para construir una sociedad más justa. Pero, ¿cómo se les enseña nociones de moral a jóvenes de veinte años que están haciendo estudios durísimos, que tal vez sólo aspiran a tener un buen trabajo con un buen sueldo?

Martha Nussbaum meditó largamente sobre esa cuestión, y al final, se presentó el primer día a su clase de derecho sin llevar ni un solo libro de filosofía. En vez de eso, llevaba una novela de Charles Dickens. No les dio clases de filosofía, los puso a leer novelas. Sobre esa experiencia educativa escribió después un magnífico librito titulado Justicia Poética, publicado en 1995.

¿Por qué lo hizo? Porque el lenguaje abstracto de la filosofía sólo le llega a la razón tras muchas horas de trabajo y tarda todavía mucho más en llegarle al corazón. Mientras que una buena novela, igual que una buena película, nos captura al instante la razón y el corazón. La literatura nos abre la mente a un mundo nuevo, estimula nuestra imaginación, nos enseña a ponernos en situaciones completamente distintas a las nuestras, hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro, comprender perspectivas diferentes, experimentar sentimientos que no hemos tenido todavía en nuestra vida. Con las novelas, los futuros abogados y jueces descubrían en los personajes de ficción qué siente una persona inocente que es condenada de forma injusta, qué siente una persona marginada por su raza o su religión. Les hace ponerse en su piel, conmoverse por su destino. Aunque esos personajes son irreales, son ficción, simulan individuos con nombre y apellidos, con un rostro.

Contar historias es tan antiguo como la moral. Nuestros antepasados cazadores-recolectores se contaban historias junto al fuego. Durante siglos, padres y abuelos han narrado a sus hijos cuentos y fábulas. Hoy nos llegan a través de los libros, y también de las pantallas de cine, de televisión o del ordenador. Los formatos cambian, pero contar historias sigue siendo lo mismo. La ficción tiene muchas funciones, divierte, enseña a soñar y a imaginar lo nunca visto, hace olvidar por un rato los problemas cotidianos, pero también es un laboratorio donde experimentar sentimientos, donde imaginar qué es el amor, la envidia, la injusticia, el dolor. La ficción educa a la vez a nuestra razón y a nuestro corazón. De este modo, las buenas historias son quienes pueden traernos la voz de aquellos a los que hemos dejado fuera del círculo y hacernos comprender que sienten y sufren como nosotros y que no merecen nuestro olvido. Necesitamos literatura sobre animales y sobre la naturaleza. Necesitamos reunir todas las buenas historias que ya existen, desde clásicos como Moby Dickde Melville, hasta obras recientes como Tombuctú, de Paul Auster, Gatos, de Doris Lessing,Desgracia, de Coetzee, o El hombre que susurraba a los caballos, de Nicholas Evans, reunir todas esas obras y divulgarlas mucho más, conseguir que las lean los niños, los jóvenes. Y más aún, escribir nuevas historias que narren los problemas de los animales y de la naturaleza en la sociedad de hoy. Más allá de las cifras o de los conceptos abstractos, necesitamos volver a contar historias.

Marta Tafalla
Universidad Autónoma de Barcelona
Departamento de Filosofía

divendres, 2 de gener del 2009

PATERNA DIU NO ALS BOUS AL CARRER

La localitat valenciana de Paterna no recuperarà els espectacles de 'bous al carrer', després que els resultats de l'enquesta realitzada entre els habitants del municipi per a conèixer la seva opinió sobre la celebració d'aquests festejos taurs hagi revelat que el 68% dels enquestats està en contra d'està pràctica.

Així ho ha anunciat avui en roda de premsa l'alcalde de Paterna, Lorenzo Agustí Agustí ha donat a conèixer els resultats d'aquesta enquesta i va anunciar que, malgrat que la participació ronda el 15 per cent del cens del municipi, es tracta d'una dada "suficient", pel que va assegurar que ell serà "el primer en acceptar-lo". El primer edil va considerar que el resultat d'aquest sondeig ha resultat "aclaridor", pel que va reclamar als representants de la penya taurina que "ho acceptin", ja que es tracta de "la decisió dels veïns". En aquest sentit, va recordar que altres consultes obertes als ciutadans, com és el cas dels pressupostos, "han contat amb una participació inferior".

 Al març de 2007, el consistori de Paterna va aprovar per unanimitat una ordenança municipal per a la protecció dels animals en el municipi, després del que la penya taura 'La Torre' es va veure "contrariada" i va sol·licitar "la revisió de l'ordenança". D'aquesta manera, a l'haver dos col·lectius enfrontats, d'una banda la citada penya taurina i per un altre la plataforma 'No bous al carrer a Paterna', que advoca per la supressió d'aquest festeig taurí, l'Ajuntament "va preferir consultar a la població abans que prendre una decisió unilateral". L'enquesta ciutadana estava oberta a la participació de tots els veïns empadronats en la localitat de Paterna l'edat de la qual superera els 16 anys, el que significa que havia 52.000 possibles votants. Així, a través de la pàgina web de l'Ajuntament, es preguntava al veí si està "a favor o en contra dels 'Bous al carrer' i l'enquestat tenia la possibilitat de respondre sí, no o indiferent". 

dilluns, 29 de desembre del 2008

SE ASAN ANIMALES

Article de Ruth Toledano publicat a El País el 26/12/08:

Como se acercaba el 25 de diciembre, fun fun fun, nos fuimos al norte de visita familiar prenavideña. En los tejados y los rincones de la ciudad aún quedaba una espesa capa de la nieve que cayó hace unos días. La mañana era fría, pero lucía un sol espléndido y salimos a pasear. Pasamos primero a comprar pan, a la vuelta de la esquina, porque dijeron que ahí era muy rico, de horno de leña o algo así. No entramos. En la puerta de la tahona habían pegado un cartel: "Se asan animales". Todo en mayúsculas. En ese momento, una señora abrió esa puerta, con una baguette en una mano y, en la otra, la correa de su Yorkshire, que salía vivo. Juro por mis muertos de muerte natural que ella llevaba un abrigo de visón. Volvimos a mirar el cartel: "Se asan animales". Todo en mayúsculas y con una caligrafía escalofriante.
Sentíamos lo que sentimos siempre nosotros, los vegetarianos, ya nos
conocen: repugnancia y tristeza. Pero además un profundo desconcierto: nunca
habíamos visto eso que rechazamos expresado de manera tan cruda. Quizás
habíamos pasado ya, sin prestarle atención, por delante de un restaurante
con un gran cartel que dijera "Asador"; de hecho, ya nos habíamos detenido
ante el escaparate de una tienda con productos delicatessen, exquisitamente
decorado, en el que las piezas de fruta más seductoras y las bebidas más
escogidas se mezclaban con fiambres y foies cuyo cruel origen estaba
convenientemente disfrazado de lujo y distinción. Acostumbrados a ciertas
imágenes y a determinadas palabras, dejamos de ver lo que significan: siendo
lo mismo, el escaparate del gourmet disimulaba con finura lo que el cartel
de la tahona nos había mostrado en su más grosera naturaleza.


Pero estábamos de visita navideña a la familia ("tengamos la fiesta en
paz"), así que continuamos nuestro paseo con toda la placidez que nos
permitieron las imágenes que seguían asaltándonos ("Se asan animales": y no
veíamos sólo corderos y conejos y cochinillos -animales-, sino también
yorkshires y labradores y bulldogs franceses -animales- y gatitos siameses y
atigrados y de angora -animales- y hurones y hámsteres y periquitos
-animales-. Yo los veía a todos haciendo cola, algunos con sus collares y
sus correítas, muy formales, en fila como quien va a llevarse una baguette,
esperando su turno para ser asados en ese horno de leña o de algo así donde
es famoso el pan porque sale riquísimo). Entonces nos llevaron a ver el
Belén gigante. Con su José y su María y su niño, como es natural; y sus
hilanderas y sus pastores y sus campesinos y sus soldados y su molino con
agua corriente de verdad. De verdad eran también unas ovejas de cara negra
que asistían a su propia escena con envidiable serenidad y unos ponis de
pelo largo que estaban atados dentro de un cercado y daban la espalda a los
niños que los observaban con admiración, ignorantes, porque ninguno de los
adultos presentes se lo contaba, de 
que aquel corderín tan mono y que daban
tantas ganas de abrazar quizás iba a ser asado por la tarde en la tahona

donde se compran las baguettes. Yo tampoco dije nada ("tengamos la fiesta en
paz").

Hace pocos días la policía desmanteló un matadero clandestino en Villarejo
de Salvanés. No lo hizo porque dieran ganas de abrazar a las ovejas y a sus
bebés sino porque los tres miembros de la misma familia que fueron detenidos
estaban haciendo el agosto navideño distribuyendo en toda la Comunidad de
Madrid corderos, para asar, sin control sanitario ni veterinario, sin
registro ni medidas higiénicas e incumpliendo las más mínimas normas de
"sacrificio". Para estas fiestas tan entrañables, el matadero mantenía una
intensa actividad: dentro de la nave había más de un centenar de cadáveres y
otros tantos corderos vivos esperando su turno, nos podemos imaginar que en
un ambiente distinto al del Belén gigante que hacía las delicias de los
niños. Por 200 euros, a su vez, podía usted hacerse con un cerdo completo en
el matadero ilegal de Colmenar Viejo que también ha desmantelado la Guardia
Civil. Medicados con antibióticos caducados y alimentados con leche podrida
pero, cómo no, convenientemente troceados si ese era el deseo de usted.
Dicen que 
en el momento de la detención había seis cochinillos, es decir,
seis cachorros, listos para matar
 y que "la manipulación" se realizaba de
cualquier manera. Lo cuento porque supongo que a los carnívoros les
interesarán estas informaciones, aunque por distintos motivos que a mí. Pero
la vida sigue, también para los vegetarianos, así que, feliz Navidad. Y si
ustedes creen que he pretendido amargarles el pavo, están en lo cierto: era
mi intención. Para que tuviéramos la fiesta en paz.

MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES

Article de l'animalista i artista Xavier Bayle (http://xavibayle.blogspot.com/):

Hace unos semanas coincidí en una comida familiar donde la casi totalidad de los platos servidos estaban compuestos de carne o pescado, huelga aclarar que aquello más que una mesa aparentaba a mis ojos un campo de batalla. Durante el ágape, aprovechando la concurrencia estrepitosa y el jolgorio consanguíneo se expuso a debate el apasionante tema del próximo atracón, bajo la coartada de celebrar el nacimiento de Jesucristo, ocasión que el mundo rico aprovecha a golpe de paga doble para desoír sabiamente las palabras de amor de un profeta, lanzándose a un inmenso e impúdico asesinato masivo de los suculentos seres que compondrán los platillos de gusto de estas fiestas navideñas. No hay nada más desalentador para una activista por la liberación animal que tener que escuchar la penosa jerga dialectal y la repugnante miseria emocional que
supone designar las condenadas, escuchar con qué gracia y golosía todas las asistentes exponen sus flaquezas, sus desvaríos, sus insoportables sorderas a los gritos desesperados del sufrimiento animal, para hacer de
una incalculable vida sintiente, doliente y deseosa de seguir viviendo el simple ingrediente de una desmesurada e inútil ingesta. Huelga aclarar que cualquiera de las tímidas propuestas gastronómicas alternativas hechas sin necesidad de matar fue sistemáticamente ignorada sin vacilar un instante.



Para qué pensar pudiendo deglutir. Para qué pensar con el cacumen pudiéndolo hacer con el aparato digestivo.

Si la charla de marras a la que aludo la llevásemos a estratos morales, éticos o filosóficos, tendría una cierta similitud con lo que en etología social tradicionalmente designaríamos como pocilga o jauría, es decir,
animales despedazando con palabra u obra los órganos vivos y calientes de otros animales no muy distintos a nosotras, las humanas. Pero eso es mucho extrapolar, porque de hecho jamás los cerdos o los perros llegarían ni de lejos a las cotas de maldad criminal, tan terrible como imperceptible, que alcanzan las charlas sobre gastronomía, ni por supuesto los actos posteriores que de ellas dimanan.

Décadas después sigo en el proceso de lograr comprender la doble moral humana, que despelleja o acaricia según el recipiente, según el sujeto que a mano se tenga. Entiendo los mecanismos de la venganza o la desesperación en la sociedad, situaciones extremas en las que podríamos llegar a matar, pero nada más distante de una muerte con argumentos pasionales que la vivisección minuciosa, alevosa y premeditada de las venideras fiestas de Navidad, donde las trinchadoras se convierten en armas de destrucción masiva y la inercia de una masa embistiendo los escaparates con sus exigencias consumistas suple cualquier atisbo de verdadera paz y armonía.

El orígen de estas fiestas, dícen las que entienden.

En otra vida he introducido caracoles en una olla con agua y los he puesto a fuego mínimo, al sentir el calor extremo poco a poco conquistando el medio han emergido todos invariablemente de sus conchas donde aterrorizados se escondían, han trepado por las paredes de la cacerola intentando huir de la temperatura ya insoportable, tenían extendidos todos sus órganos táctiles, y yo les he puesto la tapa de la olla encima para que no escaparan. HE sido cruel para saciar mi paladar, me importaba poco si tenían tales o cuales propiedades alimenticias, buscaba su sabor, como todas las carnívoras ( y miente quien aluda cualquier otro razonamiento).
Miles de animales HE matado con mis propias manos, si existe un infierno iré allí. Pero HE dejado de hacerlo y, sintiéndolo, conociendo el tema en mis carnes, he decidido no matar. Lo hacía porque me enseñaron a ello,
pese a toda la fuerza de voluntad que una pueda poner en hacer el bien nos engañaron, nos estafaron la juventud, la familia, las amigas, nos dijeron que eso estaba bien porque así les educaron, y en definitiva porque SÓLO eran caracoles, peces, cangrejos... nada: recursos, ingredientes. Ya no me es posible de ningún modo aceptar que pueda ser bueno un valor educativo que contemple cocer a fuego lentísimo sensibles animales que chillaron mudos una agonía indescriptible, y que lucharon hasta el último segundo por acabar con ella, porque entonces cada animal torturado es un héroe y cada ser humano carnívoro, una asesina.

Pero qué pasa, por qué los cambios. ¿Acaso yo soy más inteligente?, ¿más sensible?, ¿por qué no lo hago ahora y entonces sí lo pude hacer?.

Supongo que cuando una se sume en un letargo soporífero postdigestivo tan denso insufrible e insano como el del carnivorismo, el cómo llegó el alimento al plato deja de pesar e importar. Pero si pensamos para jugar,
para trabajar, para establecer relaciones, para amar, para crear, si pensamos para todo ello, ¿por qué no pensamos para comer?.

No se me va a olvidar apuntar que si todos los componentes de la familia que se lanzaban a escoger sus predilecciones gustativas en oposición con el derecho y deber de vivir de los animales tuvieran que matar con sus
propias manos la ternera asustada de mirada dulcísima propuesta para el menú, el bacalao huidizo, o tuvieran caso que trepanarle el hígado caliente todavía del animal trémulo y expirante, mi familia en pleno se
plantearía muy seriamente el vegetarianismo o el veganismo. Pero sucede que siempre hay mercenarias que se encargan de esas labores, mentes sucias de manos sucias y distancia moral al servicio del dinero.

El dinero, que come sociedad y caga personas. Y viceversa.

Mi familia y yo, advierto, hemos dejado de coincidir en ciertos códigos cifrados de caracterizan toda relación parental, las discusiones se multiplican con el transcurso de los años, y el metalenguaje de la afinidad que el trato cercano otorga a las componentes de una determinada tribu se diluyen y analfabetizan por innumerables caminos, por un amasijo de impotencias que entablan eternos combates con la pereza y el hedonismo.
Entonces una se siente como en aquellas familias de la Guerra Civil Española, divididas entre ideologías republicanas y nacionales, y que se mataban en distintas posiciones de distintas barricadas, con la salvedad
de que aquí no nos disparamos entre nosotras, aquí hay inocentes que revientan para que algunas celebren. Y la carnicería final, creedme, es la misma.

Eso de la dieta basada en deforestación, calentamiento global, destrucción de microeconomías campesinas, explosiones cardíacas a cuenta de la contribuyente, cánceres, impiedad, egocentrismo, infantilismo y otras
lacras, es decir, eso de la dieta carnívora, hace muchas décadas que ha pasado de ser una opción individual, una mera resolución íntima e incluso espiritual, porque los efectos que está consiguiendo lo que llamamos
cadena alimentaria nos está matando, incluso a las que ya no expoliamos animales. Esto del carnivorismo compulso es una enfermedad sociológica que no va a tener un estudio imparcial e independiente dado que la mayoría de sociólogas, psicoterapeutas, analíticas de las adicciones, oradoras y legisladoras son eminentemente carnívoras ( llamarlo omnivorismo es un insulto a la inteligencia ); lo cual se suma la inercia social, la cual
funciona como la del culto a dios en muchas sociedades, el del dinero en casi todas o la devoción a la svástica invertida que las nazis profesaban, algo tan severo como natural.

La gente no sabe vivir, es feliz en términos microscópicos, con la calderilla que supone un día sin el horror ni las claudicaciones cotidianas. Pero el horror está ahí aunque no se aperciba a simple vista, de modo que esa aceptación de la mediocridad implícita como modo de éxito forma la parte más esencial del horror. La gente es un ser humano común, construido a base de pequeños -y grandes- horrores y mediocridades, hijo de ellas. Así la gente se convierte en seres humanos frustrados. Un ser humano frustrado a diferentes gradaciones se alcoholiza, se atraganta de carne, asesina a un gato, troncha un árbol, a una persona o a una raza designada, entonces el recipiente vulnerado y el acto de la vulneración se convierten solamente en un efecto, no en una causa. El problema de la frustración persiste, y ahí hay que debatir, en el no tener ni idea de vivir, de cómo educar que tiene la sociedad y la gran mayoría de las educadoras.

El factor diferencial del ser humano, en oposición al del resto de las faunas que habitamos el planeta, es que tiene elección, puede decidir qué comer. Y cuando no puede decidir qué comer porque su nivel adquisitivo es
nulo y depende de limosnas entonces el consumo de carne sigue siendo -doblemente-, un lujo idiota.

Los animales no humanos en cambio no tienen elección, se mueren de ser matados, en sillas de xperimentación, en coliseos abarrotados de "óles", en los tornos donde serán despellejados vivos, en minúsculas jaulas de
poneduría de huevos, y acabarán sin elección en enormes tolvas trituradoras, en bolsas negras camino a la incineradora, en máquinas transformadoras de materia viva en piensos de engorde, en vitrinas con un precio hincado, en ollas, cacerolas, sartenes y hornos para santificar las fiestas en honor a un dios lejano, muy lejano, demasiado lejano para ser cierto.


Amar es liberar, la liberación animal incluye la nuestra.
Xavier Bayle

dijous, 18 de desembre del 2008

PUNTS FIXES DE RECOLLIDA DE SIGNATURES

Aquests són els punts de recollida de signatures que de manera permanent estàn disponibles per a la Iniciativa Legislativa Popular a favor de l'abolició de les corrides de toros a Catalunya:

dimecres, 3 de desembre del 2008

SOY TONTA

Article d'Ángeles Caso publicat al diari Público el 02/12/08, com a resposta a les paraules del Defensor del Pueblo Enrique Múgica en que qualificava els antitaurins de ximples.


Resulta, señor Múgica, que soy tonta.

Soy tonta porque, aunque me interesa tanto todo lo que tenga que ver con la estética que incluso estudié Historia del Arte, la de los toros me parece rancia, tirando a cursi y desbordante de una repugnante testosterona.

Soy tonta porque siempre les he oído contar a los campesinos de mi tierra que las vacas mugen desesperadas en el momento en que están sacrificando a sus terneros en el matadero. Porque mi larga convivencia con perros y la observación de otros animales me ha hecho llegar a la conclusión de que los mamíferos tienen sensaciones y hasta sentimientos. Y porque los científicos me han hecho saber que el sistema neurológico de los toros es muy parecido al nuestro y, por lo tanto, padecen el mismo dolor que padecería yo misma de tener que soportarencierro, acoso, lanzadas, banderillas y estocadas.

Soy tonta porque mi compañero de columna Manuel Saco me ha informado de las muchas barbaridades a las que son sometidos antes de ser empujados a la plaza. Porque me desagrada que cualquier ser vivo tenga que sufrir torturas.
Porque me indigna que esas torturas se conviertan en motivo de alegría, jarana, admiraciones y olés. Y porque me preocupa la salud moral de mis congéneres capaces de disfrutar con la agonía de un animal. También soy tonta porque me ofende que a ese horrible espectáculo de dolor y sangre lo llamen fiesta. Y, para colmo, fiesta nacional, como silos tontos que lo detestamos no fuéramos de aquí. Y soy tonta, señor Múgica, porque me alegro de que usted, taurino, nos desprecie a nosotros, los antitaurinos, y se permita, desde su alto y noble cargoinstitucional, poco menos que negarnos el pan y la sal. Pero me temo que los tontos somos cada vez más. ¡Vaya país!